¡Tanta soledad! Es una amiga siniestra,
que me cubre con su frio manto,
ella... Me acompaña, Siempre de día,
siempre de noche, un alma solitaria
que contempla a la luna desventurada.
Ella, fiel testigo de mis agonías y llantos,
entre abismos y densas penumbras,
yo me encuentro, ataviado y decaído,
un alma que gime en silencio,
que implora al cielo por hallar la luz.
Tantos senderos de tristes nostalgias,
caminos de desilusión, angustia y dolor,
es mi pan de cada día, ¡oh!... Soledad,
¡olvídate de mí! Y déjame partir,
pues tus cadenas hieren a mi corazón.
Tus frías manos congelan mis anhelos,
y tu tenue voz adormece mi espíritu,
aquel canto... Un cantico de amargura,
el cual se escucha todo el tiempo,
¿cuándo acabara este letargo? Cuando...
Tal vez algún día pueda hallarla, tal vez...
Mientras tanto he de menguar,
pues he de soportar este duro silencio,
¡nunca tuve nada! Solo desdichas y lamentos,
de un alma que grita en silencio.
Autor del escrito:
Dante Moshue Díaz Linares (Conde Apocalíptico)
Derechos Reservados - 16/03/2012.
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